Wednesday, August 17, 2011

¿Es la integración un mito?

Miguel Ángel Centeno, sociólogo mexicano y profesor de Princeton, enseña que en ningún otro lugar se puede ver mejor la conflictividad de una región que en los cambios que han sufrido las líneas de su mapa. La historia de Europa, por ejemplo, se ha plasmado en un incoherente ir y venir de líneas demarcatorias de fronteras que sucesivamente debían volverse a trazar tras los resultados de cada nueva campaña militar. Por contraste, el mapa de América y especialmente el de América Latina, ha sufrido pocos cambios importantes y los trazos básicos de hace doscientos años, rasgos más o menos, se han mantenido hasta nuestros días. Se pensaría entonces que en la región existe un campo propicio para ensayar un proceso de integración sin mayores inconvenientes, al menos si consideramos la variable “conflictividad bélica”, pero me parece que no es tan sencillo.

La integración es una buena idea, nadie lo cuestiona: nos hace más fuertes y resistentes ante los embates de la economía y la política internacional (global se dice hoy), nos permita mayor poder de negociación frente a otros bloques que se han ido formando, que también piensan que la integración es una buena idea, pero no es suficiente tener una buena idea cuando existen diferentes intereses y lo que es peor diferentes visiones del mundo y de cómo manejarlo. Tengo la sospecha, más profana que científica, que la misma estabilidad de nuestras fronteras nos ha conducido a una suerte de ostracismo-nacionalista, donde siempre vemos por nuestro limitado espacio fronterizo y no ampliamos la mirada hacia el macro espacio regional, que a lo mejor nos convendría más. Está bien, no son todos, hay algunos que no piensan así, el problemas es que esos pocos, sigo con mi sospecha, aún no son suficientes como para hacer verano.

¿Pesimismo?, un poquito tal vez. Optimismo informado mejor. Ha sido ingratamente enriquecedor observar de cerca el proceso de parto del Consejo de Economía y Finanzas de UNASUR. La foto de los ministros en los periódicos sonriéndole a un futuro como una región unida, en realidad no se compadece con todas las discusiones, a ratos sin sentido, que se produjeron el día anterior, en donde cada “técnico” defendía a capa y espada espacios que no querían perder por embarcarse en la aventura de la integración.

Al final creo que es miedo. Miedo a salir del cuadro de la ortodoxia económica que conocemos y que manejamos. Miedo a tener que pensar en soluciones que tal vez nos obliguen a pensar en más soluciones, y tener que renunciar a los cómodos instrumentos que restauran el equilibrio (sin importar los estragos sociales desde luego, eso es solo variable de ajuste). Miedo a no tener más la estrellita de “buen mercado emergente” por el pánico a que los inversionistas internacionales dejen de traer sus nutridos pero voraces capitales para fomentar el crecimiento económico. Miedo a lo desconocido. Miedo al cambio. Es normal después de todo. Pero entonces, me pareció a mí, que el miedo puede más que el deseo de integración, peor aún ¿realmente existe deseo de integración en algunos de los que estuvimos presentes en esa reunión? Sospecho que no y que si fueron fue para cumplir con un mandato “de arriba” y luego no les vayan a decir que no comparten el espíritu integrador de la región.

Pero y entonces ¿cómo conseguimos la integración? ¿por imposición o por consenso?. Está bien no le digamos imposición, digamos por un “liderazgo fuerte” pero ¿de quién? ¿Cómo conseguimos convencer realmente a los demás que la integración es una buena idea (dejemos de lado los detalles técnicos, esos se resuelven cuando hay voluntad para hacerlo) y que nos va a beneficiar? O ¿cómo distribuimos las ganancias para hacerla más apetecible a los demás? Creo que son temas en los que debemos pensar.

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